Leer es el primer peldaño para empezar a ascender. La cultura literaria combate el desconocimiento y nutre la indispensable conciencia crítica de nuestros conciudadanos.
Inculcar el hábito de leer en los niños, en los padres de familia, en los maestros y en todos nosotros. La educación permanente nos liberará de la pobreza intelectual y del aislamiento laboral. Leer nos permitirá responder a los desafíos educativos, muy grandes y que estamos obligados a afrontar con grandes bríos, energía y creatividad.
Me quedo con las ideas de Orit Btesh, maestra, extraordinaria compatriota, capitana de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Panamá y presidenta de la Cámara Panameña del Libro (Capali).
Escucho con atención cada palabra de Orit al inaugurar la edición 18 de la FIL, que nos pone en un circuito internacional. En su sede en Megápolis, Multicento.
Escoltada por la primera dama, señora Colón, ministras y el embajador de la Unión Europea, Chris Leo Clark Hoor-naert, danés, concluye, como un grito de guerra: Panamá sí lee.
Quienes pregonan que no leemos, cavilo, se vanaglorian de esa condición, sin interesarles que hagamos algo para superarla. Cierto que es un segmento pequeño el que tiene el hábito de leer, no obstante es una buena chispa para superar el subdesarrollo y el juegavivo (una sola palabra) que nos lacera en todos los ámbitos.
Para no caer fuera de la civilización o no distanciarnos de ella, como quiera entenderse, es preciso crear la cultura del estudio, la cultura del trabajo y la cultura de la paz. La cultura de leer, en síntesis. Estamos perdidos, de forma distinta.
En la feria, espacio de intercambio cultural de nacionales e invitados, hubo 250 presentaciones de libros, conferencias, seminarios, talleres, foros y debates.
“Leer puede ser un acto de resistencia en una época invadida por la información nerviosa y desbocada”, expresa Irene Vallejo. “Los libros son albergues de la memoria, espejos donde mirarnos para parecernos más a lo que deseamos ser”, reflexiona.
Irene Vallejo subraya que terrícolas somos seres entretejidos de relatos, bordeados con hilos de voces, de historia, de filosofía, de ciencia, de leyes y leyendas. Leer seguirá cuidándonos si la cuidamos a ella: no puede desaparecerse lo que nos salva. “Es allí donde imaginamos el futuro que nos une”, sustenta.
Orit pasa revista al escenario mundial sobre la cultura y el leer. Esa guerra en Ucrania genera desazón y temor. El terror de Putin sobre bienes que son patrimonio de la humanidad. “Defender la herencia cultural es lo que nos define como civilización”, pondera.
Rusia es signataria de la Convención de la Haya de 1954, que obliga a proteger los bienes culturales en los conflictos armados. Para los invasores y ocupantes es letra muerta.
Beate Rifens-cheid, presidente de la rama alemana del Consejo Internacional de Museos, concluyó: “Lo que quieren destruir es el alma de Ucrania”.
En 1933, partidarios de Hitler se reunieron en Opern-platz, Berlín, para incendiar más de 20 mil libros acarreados desde librerías y bibliotecas.
El poeta Heinrich Heine entonces apuntilló: “Ahí donde se queman libros se termina quemando personas”. Lo recuerda Orit 89 años después.
Una alerta roja, que es zozobra, expone Betsh, en la feria: 130 mil niños y jóvenes de entre 4 y 20 año fuera del sistema educativo. 190 mil más hoy están a punto de salir del aula para no regresar más.

