“El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no más de lo que hay. Algunos tienen talento de ver mucho en todo; pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay y nada de lo que hay. Una noticia…les suministra abundante materia para discurrir con profusión, formando…castillos en el aire. Estos suelen ser grandes proyectistas y charlatanes. Otros adolecen del efecto contrario: ven bien, pero poco… Estos se inclinan a ser sentenciosos y aferrados en sus temas. Se parecen a los que no han salido nunca de su país: fuera del horizonte a que están acostumbrados, se imaginan que no hay más mundo”. Jaime Balmes, El criterio.
Nada hay más libre que la literatura en sus dos sentidos: escribir y leer. Y nada más subjetivo que el arte en todas sus manifestaciones, y particularmente en la literatura, y dentro de ella, no hay mayor riesgo que el de elegir un libro, sobre todo por el aluvión de publicaciones anuales que sufrimos en todas partes. “El problema de la elección, el problema de la vida entera”, cita Fernando Savater a Georges Perec en su libro El valor de elegir, donde el filósofo español nos pone delante de esa disposición racional llamada “libertad”, y lo que significa y supone la capacidad de elegir.
Cuando Balmes dice que a algunos “les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay y nada de lo que hay”, y discurren con profusión hasta la charlatanería, quiere decir que, al carecer de criterio, dicho en buen panameño, se puede hablar mucha paja. Súmenle a esa carencia para la búsqueda de la verdad las redes sociales y un libro “prohibido”, y tendrán un intercambio de sandeces de proporciones preocupantes, sobre todo por el uso perverso de la simplificación de los hechos.
Ver la obra de un tirano asesino expuesta es terrible, y más cuando los muertos han sido los de tu “familia”. Claro que se puede discrepar, claro que se puede objetar, pero, lo que no se puede negar es que, efectivamente, se trata de “un libro más”, nos pese más o menos, como lo son todas las “sagradas escrituras”, más allá de nuestra fe. El valor de elegir un libro, garantizar la libertad para ejercer ese acto, es lo que nos diferencia de las dictaduras, entre ellas la del pensamiento único. Ante la queja de unos, ejercida en libertad y con respeto, está el respeto debido a la libertad de objetar del otro.
“Todo el mundo conoce el título del libro…, pero casi nadie sabe nada acerca del contenido de sus casi ochocientas páginas. Puede que aquellas personas que se interesan por la historia contemporánea acierten a decir, a lo sumo, que la obra es una mezcolanza de autobiografía, prejuicios antisemitas y mensajes de odio. Pero hoy en día, setenta años después…, casi nadie puede juzgar a partir de su propia lectura si… realmente es un libro explosivo y, en caso de que lo sea, en qué medida… El libro… está rodeado de mitos que hunden sus raíces en la fértil tierra de la ignorancia”, lo dice el historiador Sven Felix Kellerhoff, autor del que quizás sea el mejor ensayo sobre este tema.
La libertad de expresión que han ejercido los que no quieren ver el libro ha sido respondida con insultos de toda índole. La falta de respeto desbarata cualquier intento de diálogo, y preocupa que personas con criterio formado sean capaces de semejante despropósito: las opiniones son debatibles, pero a las personas se les debe respeto y en esto, como en tantas otras cosas, el insulto demuestra las pocas lecturas, la falta de criterio.
Ojalá se hablara de otros libros, se leyeran de verdad los que se compran, que la lectura transformara nuestro criterio. La necesidad de equilibrio entre libro y feria ahora es más evidente: libertad y libros, más literatura, menos negocio, más pedagogía. Hace falta debatir más la literatura, hablar de ella, que publicarla sin ton ni son. Las reacciones a un libro, como lo son todos, lo han puesto de manifiesto: nos parecemos, cada vez más, a esos que nunca han salido de su país, que fuera de su costumbre, imaginan que no hay más mundo.