Decía el viejo filósofo chino Lao Tzu, autor del Tao Te Ching, obra esencial del taoísmo, “un buen viajero no tiene planes fijos, y no tiene la intención de llegar”. Ello me recordó como unas cuantas charlas, organizadas a la carrera debido a una emergencia ambiental, culminaron años después en un libro no planeado sobre los orígenes y la diversidad biológica del istmo de Panamá.
El Parque Natural Metropolitano es un bello rincón selvático de la ciudad capital, de 320 hectáreas de bosques seco del pacífico, que otrora fue parte de la antigua Zona del Canal y que pasó a ser un área protegida de Panamá. El parque fue la primera experiencia panameña en el manejo compartido de un área silvestre protegida, siendo administrado por un patronato, algo novedoso para un país que trataba de romper una pesada cultura de centralismo administrativo de 5 siglos. El Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales fue invitado por el Ministerio de Desarrollo Agropecuario, en 1995, a formar parte del Patronato, junto a la alcaldía de la ciudad de Panamá, el cual lo presidía, la Autoridad Nacional del Ambiente, la Autoridad de la Región Interoceánica, la Asociación para la Investigación y Propagación de Especies Panameña, La Sociedad Audobon de Panamá, las Asociaciones Cívicas Unidas y el Club Soroptimista de Panamá.
Habida cuenta de que, a la sazón, varios proyectos de desarrollo amenazaban la existencia de estos bosques, había que hacer algo urgente. Tras consultar con el Patronato, con los científicos del STRI y profesores de la Universidad de Panamá, organizamos un modesto programa de apenas 6 charlas para el último semestre de 1996. Para mi asombro, tal fue el interés de los habitantes de la ciudad de Panamá, de los científicos de STRI y de los medios de comunicación, que el programa lo extendimos por 4 años hasta fines de 1999, año en que pasé a encargarme del Laboratorio Marino de Punta Galeta, en Colón. En total realizamos 40 conferencias, a las que asistieron miles de personas. Los temas surgieron según la disponibilidad de tiempo de los investigadores y las sugerencias del público, quien también propuso que se hiciese un libro de estas presentaciones.
Fue el espíritu de esas charlas promover un espacio de diálogo entre los naturalistas y la comunidad; una oportunidad para que los investigadores compartiesen sus hallazgos y motivar así un mayor interés por la naturaleza del Istmo y las ciencias. Asimismo, para que los investigadores captasen los conocimientos e inquietudes de la ciudadanía.
A estas conversaciones con la comunidad, los científicos acudían acompañados de sus colaboradores, pues la ciencia funciona hoy en base a equipos internacionales e interdisciplinarios, y no tanto por el esfuerzo del investigador solitario de antaño. Les solicité a nuestros expositores expresarse en lenguaje sencillo y claro, apoyándose con bellas diapositivas, grabaciones de sonidos de animales, muestras de sus equipos de campo y laboratorio, quienes maravillaron la audiencia acerca de la riqueza de plantas y animales del país.
Al final de cada velada, era grato ver a la audiencia rodear a los investigadores para conocerlos personalmente y hacerles más preguntas.
Entre las charlas más concurridas estuvo la de la investigadora alemana Wibke Thies, sobre el mito y la realidad asombrosa de los murciélagos. Esa noche todos los asientos del auditorio estaban ocupados, había gente recostada a las paredes y otras sentadas en el suelo. Me pregunté qué había suscitado tal interés. Al final de su presentación salió a relucir la razón de este lleno. Durante los meses previos, los diarios, radioemisoras y televisoras, venían transmitiendo noticias del alarmante acercamiento al país de una terrible creatura llamada “el chupacabras”. La gente quería saber de la investigadora, qué debían hacer con sus gallinas y perros, cuando esta temida creatura entrase al país por Paso Canoas.
Al final de esta serie de presentaciones, varias personas me sugirieron hacer de ellas un libro, lo cual no tenía pensado. Merced al apoyo entusiasta de los científicos, de personas creativas, de las artes gráficas y de generosos donantes, se logró que luego de seis años de trabajo viese la luz, en el 2001, Panamá Puente Biológico, libro aún poco conocido.
Le dediqué el libro a un personaje inolvidable, mi querido y desaparecido amigo, Dr. Monte Lloyd de la Universidad de Chicago, gran biólogo de campo y apasionado de Panamá y sus selvas, con sus incontables formas de vida, incluyendo aquellas que más le fascinaba estudiar, las cigarras. Quiso el destino que este profesor de biología tuviese un papel importante, aunque poco conocido, en la decisión del gobierno de Panamá de establecer a orillas del Canal el Parque Nacional Soberanía, un hito en la historia ambiental de Panamá, del siglo XX.
Esta obra fue digitalizada y puede accederse a través del Smithsonian Libraries and Archives - Digital Library y así como en el Biodiversity Heritage Library.