Con una vegetación casi impenetrable para los rayos solares y alimento en abundancia, miles de aves tienen en los manglares de Panamá un punto vital de descanso en su ruta migratoria. Pero la contaminación y el crecimiento urbano amenazan su “resort”.
En el manglar Juan Díaz, a escasos kilómetros del centro de Ciudad de Panamá, en el litoral Pacífico, se percibe el calor y la humedad. Las hojas secas, caídas de los árboles, pintan el suelo de ocre.
Ubicado en la Bahía de Panamá, que forma parte de la Convención Ramsar sobre protección de humedales, este hábitat es considerado como uno de los sitios más importantes de migración de aves en el hemisferio occidental.
Se estima que, solo de aves playeras, transitan anualmente hasta dos millones de ejemplares por esta zona. Además, según Ramsar, el sitio sirve de hábitat para hasta el 20% de la población mundial del chorlo semipalmeado y el 14% del playero occidental. También hay loros, iguanas, cangrejos, camarones y conchas.
“Los manglares de Panamá, en particular los de la Bahía de Panamá, son de gran importancia para las aves migratorias en general”, dice a la AFP Rosabel Miró, directora ejecutiva de la ecológica Sociedad Audubon de Panamá.
“Ellos hacen una parada aquí, una parada estratégica, que es básicamente para alimentarse y ganar esa energía que necesitan para continuar el viaje (...) Es un resort”, agrega.
Sin embargo, las aves conviven en el manglar junto a latas vacías, botellas de plástico, restos de neumáticos y suelas de calzado, que han llegado al bosque arrastrados por la marea.
“Una de las amenazas más visibles es la contaminación por plásticos, hay otras que no son tan visibles como la contaminación de las fuentes hídricas por cualquier tipo de aguas que tiramos en nuestras casas que vienen con aceites, químicos de los detergentes”, que llegan al mar y les afecta, afirma Miró.
“Otra amenaza está muy relacionada a nuestro estilo de vida, queremos vivir cerca de las costas, pero a costa de la destrucción de los manglares, los destruimos, los rellenamos, construimos nuestras viviendas o comercios y todo esto en detrimento de estos bosques que de alguna manera nos sirven de protección”, añade.
Según el Ministerio de Ambiente, el país, con costas en el Pacífico y el Atlántico, tiene la mayor variedad de mangle del continente, con 12 de las 75 especies puras que existen en el mundo de este arbusto.
Por el Juan Díaz pasan todos los años más de un centenar de especies de aves. Algunas proceden del Ártico, Alaska, Canadá, los bosques del Amazonas o las costas de Chile y Argentina. Buscan alimento y cobijo mientras migran de Norteamérica a Sudamérica, en octubre y noviembre, y a la inversa en el verano boreal.
Datos del Ministerio de Ambiente indican que Panamá cuenta con más de 165,000 hectáreas de mangle, menos de la mitad que hace 50 años. Sin embargo, en algunos lugares ha aumentado su cobertura por distintos procesos naturales.
Las principales amenazas son la actividad ganadera y agrícola y la construcción de faraónicas obras de infraestructura para uso comercial e inmobiliario.
“Todo lo que arrastra los ríos también llega al mar y todo lo que llega al mar por las mareas llega al manglar”, advierte Natalia Tejedor, investigadora de la Universidad Tecnológica de Panamá.
Los manglares protegen las costas de los embates del clima y alimentan a muchas especies marinas de importancia comercial. También son grandes sumideros de carbono, lo que atenúa la emisión de los gases de efecto invernadero.
En Juan Díaz, una torre de 30 metros mide las radiaciones solares, la captura de carbono y la humedad. Según Tejedor, estas mediciones permitirán saber con mayor precisión el aporte de estos manglares al medio ambiente.
“¿Cómo les podemos decir a los tomadores de decisiones que protejan los manglares? Por los beneficios que nos brindan. Entre ellos, la captura de carbono. Y ahora, con los acuerdos de París [para combatir el cambio climático], es un tema muy importante en el que todos los países están involucrados”, asegura Tejedor.
Las autoridades dicen que Panamá es uno de los pocos países con carbono negativo, es decir, que absorbe más gases de efecto invernadero de los que produce.
Los manglares “son la primera barrera que encontramos entre tierra firme y el mar, son fundamentales, simplemente es el primer bosque que nos protege”, dice Juliana Chavarría, técnica en el proyecto de estudio de manglares Carbono Azul.
En el manglar Juan Díaz se escucha el cantar de los pájaros. A lo lejos se divisan los rascacielos de Ciudad de Panamá. Especialistas apuestan por una sana convivencia entre medio ambiente y desarrollo.
“Panamá significa abundancia de peces. Abundancia de peces es igual a abundancia de manglares. En la medida en que protejamos este tipo de ecosistema vamos a asegurar nuestros alimentos y nuestros recursos marino-costeros”, alerta Chavarría.