Manuel Orestes Nieto: Altamar

Manuel Orestes Nieto: Altamar


Desde De una angostura geográfica está hecha nuestra patria a Poco a poco/sin quererlo/sin hilvanar propuestas/quehaceres/ausencias/nació esto de decir/palabras al hombre/de la calle, hay cincuenta años de poesía. Los primeros versos son de “Borde de mar” (2013) y los segundos de “Poemas al hombre de la calle” (1968), según leemos en los volúmenes de “Altamar”, dos tomos donde Manuel Orestes Nieto (Panamá, 1951) ha consignado toda su producción poética hasta 2019. Entre la patria y el hombre orbitan los motivos de la obra del que es uno de nuestros más importantes poetas vivos.

La poesía de Orestes Nieto es mucho más que la patria. Es también la patria (y que a nadie le nuble la mirada estética los versos tricolor, ni las ideologías ni filiaciones extraliterarias), pero son también el hombre, la naturaleza y muchas veces el oficio de poeta los que jalonan su obra. Advierte en “Poeta de utilidad pública” (1985) que La poesía te escoge, no la escoges y Acosar la turbiedad de tus días, es su oficio, efectuando ya un magisterio que coloca a los nuevos escritores ante los grandes desafíos del oficio: la llamada y la voracidad de la poesía, dispuesta a sacudir al poeta para hacer que suenen los versos que su turbiedad, sus fantasmas, esconden.

El poeta es el hombre, la humanidad, la intencionada búsqueda de luz en medio de los días que parecen irse. Pretende, en su decir poético, asir el tiempo, replantear las jornadas, invocar la calma ante el sencillo y natural paso de las horas hacia el fin de la existencia. Una mezcla de memoria de la infancia y observación del tránsito a la muerte es lo que con brillantez consigue, en el que es mi libro favorito de lo suyos: “Nadie llegará mañana”, uno de esos raros prodigios poéticos: Fuimos un cardumen disperso/en la tempestad de sobrevivir, dice de la infancia y la juventud, y también, ya de adultos, ante lo inevitable, En esta forma de ocaso,/es casi imposible precisar la hora/en que el ascenso se detuvo/y se inició el declive: el poeta nos sitúa el lugar preciso del comienzo del fin.

Pero también es la patria, dijimos. Manuel Orestes Nieto, en poemarios como “Diminuto país de gigantes crímenes” (1976), en que en un verso tan contemporáneo, con mimbres cotidianos, dibuja el estado de la cuestión con sólido compromiso: Así rieron, se rascaron de júbilo,/entre música de jazz,/salvas de cañones/y salmos de guerra. O este otro de “Panamá en la memoria de los mares” (1984): Madre cuestionada impunemente./Herida en el costado/agujereada en las caderas/detonaron tus piedras/irrumpieron en la intimidad de tu pudor/inundaron tu alumbramiento. /Pero sobre todo irritaron los mares. Un poemario que repasa la historia panameña desde los colores y el ritmo poético más a ras de tierra, a golpe de latidos del pasado.

Cuando recibió la condecoración Rogelio Sinán, su discurso fue elocuente, magistral y pedagógico. Dijo: “Hacer literatura es un privilegio. Y también implica un deber con la sociedad donde ha nacido. Es todo lo contrario al estigma de que los artistas y escritores se inventan mundos imaginarios. No puede ser que hoy en las aulas, los estudiantes desconozcan quiénes son sus escritores. Si no somos leídos es igual a que no existiéramos. Mientras no lleguemos al aula no existiremos”. No hay realidad más triste y cierta que esta: que no se lea la poesía de Orestes Nieto, los cuentos de Jaramillo Levi, los versos de Bertalicia Peralta, la literatura de Neco Endara, Justo Arroyo y tantos otros, es un verdadero fracaso de nuestras instituciones. Acierta el poeta con el diagnóstico, tendremos que poner entre todos el remedio.

Mientras, no dejen de leer estos dos volúmenes de una poesía que nos pertenece. Es memoria del fuego, canto de heroísmos, voz de esperanza y sosiego del alma ante lo inevitable. La voz de Manuel Orestes Nieto, de su poesía, se hace fundamental en medio del patio literario que ha perdido el ritmo y las imágenes, la poesía, y la búsqueda de la belleza para perseguir lo efímero e intrascendente. Una obra cincuentenaria, todavía en construcción, pero que ya es un legado. “Altamar”, es la puerta que los llevará al reino de la belleza, a los dominios de la buena poesía.

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