Manuel Tello, el último vaquero de Chiriquí Viejo

Manuel Tello, el último vaquero de Chiriquí Viejo
Manuel Tello en Chiriquí Viejo, 1976. Foto: Stanley Heckadon


Todos los pueblos y caseríos tienen sus personajes inolvidables. En el río Chiriquí Viejo de mi infancia, Manuel Tello era uno de ellos. Quedó huérfano a temprana edad y lo crió un tío que fue muy cruel con él y con frecuencia lo garroteaba. Ante tanta crueldad, mi tía Bernardina Moreno de Anguizola lo adoptó a temprana edad y se crio en la gran finca ganadera “La Palma Real”, en El Tullido, Alanje. Llegó a ser un gran vaquero y uno de los mejores sogas chiricanas, es decir, enlazadores de ganado a caballo y a la carrera.

Era fiestero, peleonero y mujeriego. Fiesta a la que iba, en pleito que quedaba metido. Era valiente y siempre andaba con un machete al cinto, siendo considerado uno de los mejores peleadores con esta arma. En esos tiempos era común ver en las fiestas a los hombres bailando con el machete, la daga o el puñal al cinto. Ya entrada la noche y tras tomarse sus tragos comenzaban los pleitos, a veces por cosas serias y otras por razones insignificantes. Una vez Manuel le dio un garrotazo a un perro que mordió a su caballo y se olvidó del asunto. Pasó el tiempo. Una noche, en una fiesta en Divalá, en pleno baile, un hombre sacó un machete y se le vino encima a Manuel gritándole que le iba a cobrar a filo el garrotazo que le había pegado a su querido perro. Pero Manuel era muy ágil y buen machetero y desarmó al atacante. En ese tiempo, cuando ocurrían situaciones así, la gente comentaba al otro día qué buena había quedado una fiesta.

Algunos de sus pleitos fueron legendarios. En una ocasión lo vinieron a matar de noche y le gritaron “Sal, Manuel Tello, pa’ matate”. Él salió machete en mano y comenzó el pleito. Tan duro se chocaron los machetes que saltaron chispas y Manuel empezó a gritar “¡Así me gusta, carajo!, que salgan chispas, pa’ alumbrarnos el camino”.

Por años trabajó también en las fincas bananeras de la Chiriquí Land Company, donde tras el fin de las guerras del general Sandino, vinieron a trabajar muchos nicaragüenses, hombres valientes y buenos con el machete. Con algunos tuvo pleitos. En una de estas fiestas en las bananeras, su contrincante, al verse perdido al filo, cogió una botella y se la quebró en la cara a Manuel, incrustándose varios pedazos de vidrio en uno de sus ojos. Como no había médicos para estos problemas, viajó en lancha de Puerto Armuelles a Punta Arenas, Costa Rica, donde lo atendió un médico muy bueno y generoso que lo ayudó a recuperar parte de su vista.

Uno de sus pasajes más comentados fue el baile en Corotú Civil, a orillas del Chiriquí Viejo. Este caserío se llamaba así para diferenciarlo de Finca Corotú, en la Zona Bananera. Una noche de fiesta, tocaba un conjunto famoso de la época, Los Hermanos Mitre. La fiesta se celebró cerca del río y bajo una gran enramada alumbrada con guarichas amarradas a los postes con majaguas. No sé cómo se inició el pleito, creo que con uno de los fiadores, quienes tenían la delicadísima tarea de pedirle a los hombres que entregaran sus armas blancas antes de entrar a bailar. Manuel, que no le entregaba a nadie su machete, se puso tan bravo que se metió con su caballo dentro de la enramada y cortó las majaguas de las guarichas, que cayeron al piso dejando el baile en la oscuridad total. La gente comenzó a gritar y a huir. Uno de los músicos tenía un hijo apodado “Papi” y comenzó a llamarlo “Papi, Papi, ¿dónde estás?”. Manuel al escucharlo, gritó “Aquí está tu papito, carajo” y le armó carrera, obligándolo a tirarse al río. Al río fueron a dar el conjunto, los bailadores y las vendedoras de chicharrones, almojábanos y tamales. A los días, Manuel llegó a caballo a la casa de mis abuelos, de muy buen humor. Todos los primos salimos a preguntarle que nos echara el cuento del baile. Manuel, muerto de risa, contó los detalles y terminó diciendo que la fiesta había quedado más buena que el diablo.

A Manuel le apasionaba la política y le gustaba escuchar las transmisiones de los debates desde el seno de la Asamblea Nacional, que solían hacerse antes del golpe militar de 1968. Su ídolo era el Dr. Carlos Iván Zúñiga, a quien consideraba el mejor orador del país. Con frecuencia comentaba los discursos favoritos de este diputado penonomeño. El pasaje que más recordaba Manuel fue cuando el Dr. Zúñiga le preguntó a otro legislador, cuyo eslogan durante la campaña política había sido “yo digo Rigo”, ¡”A ver, honorable Paredes!, ¿por qué no explica a la sala y al país los fundamentos del yodigorrigismo?”


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