Margarita Vásquez: ‘Diccionario del español en Panamá’

Margarita Vásquez: ‘Diccionario del español en Panamá’


En Panamá, también se habla, y los panameños lo hacemos de una manera muy particular, tanto como los ticos o los colombianos, lo que ocurre es que, de tanto usarlo (el idioma), se nos rompe el oído consciente y nos parece muy normal que alguien sea batoso, sea un bagre o esté balsito. Panamá habla y también escribe, y exporta las palabras que le son cercanas, y las exhibe como una particularidad del habla que nos singulariza bajo el español como nuestra lengua.

La profesora y académica Margarita Vásquez publicó en 2010 su brillante Diccionario del español en Panamá, el DEPA, que es posiblemente el único diccionario que uno puede disfrutar de madrugada muerto de risa, y con lágrimas en los ojos de alegría o de pura cabanga, “dirigido a la generalidad de los panameños, siempre interesados en los asuntos del idioma”, y para los visitantes y profesionales que se interesan por la idiosincrasia de nuestra manera de hablar en español. Una obra para todos los curiosos de las palabras.

Un diccionario como este, como bien dice la autora en su introducción, es un “inventario” y yo me atrevo a decir que es también un rescate, una memoria y un alma.

En otro momento de su introducción, dibuja un hermoso mosaico para explicar que para llegar al “uso”, es decir para hacer ese inventario y clasificación de las tantas palabras había que “darle cierto ordenamiento a la realidad y de este modo, aún desordenadamente por la inmensidad de la tarea, fueron encarnado el hombre, la mujer, los niños y los viejos con sus trabajos, sus trajes y vestidos, sus ciudades y sus campos, su ayer y su presente, sus luchas, sus angustias y dolores, sus alegrías… el canal y sus cuencas, los medios de comunicación… esta maravillosa flora que se mete en nuestras casas… nuestras enfermedades, nuestros carnavales, nuestras ironías, nuestras rabias, nuestros mitos y nuestros tabúes”.

Rescata del olvido todo aquello que nombramos y cómo lo hacíamos. García Márquez dice en el arranque de Cien años de soledad, que las cosas en Macondo eran tan recientes que había que señalarlas con el dedo, y al pasearnos por el DEPA tenemos una sensación cierta de arcaísmo, de paradójica novedad: no deja uno de hacer memoria, de ver postales de los cincuenta, en blanco y negro o en tonos pastel cursi, imágenes del interior del país: uno se siente de antes y hasta parece mentira todo lo que hemos dicho, y cómo hemos nombrado lo que antes señalábamos con el dedo. Y es memoria el DEPA por ese motivo constante de llevarnos atrás, por la capacidad de volver a las voces de antes que se ejemplifican con fragmentos de nuestros escritores o periodistas, de nuestros cantantes o de nuestra publicidad. Es una suerte de memoria fragmentaria, de pequeñas potencialidades evocadoras con las que podemos reconciliarnos con la idea de que “somos”. Quizás nuestra vieja lucha con la identidad tenga su solución, o por lo menos su principio de fin, en un reconocimiento de cómo hemos particularizado nuestro país reciente, cómo hemos llamado a nuestra realidad.

Por esa suma de rescate y memoria, Margarita Vásquez ha inventariado, con pasión panameña y precisión lexicográfica, el alma de nuestra tierra desde la segunda mitad del siglo XX y esta primera parte del siglo XXI. El alma de un país está en su decir, en su manera de mirar y comunicarse, en su forma de nombrar y las palabras están para eso, para construir lo que somos y lo que queremos ser.

Ahora que estamos vestidos de tricolor, es buen momento para hacernos un homenaje: comprar el Diccionario del español en Panamá (que ya cuenta con una segunda edición corregida y aumentada) y leerlo poco a poco y disfrutar del sabor de nuestra idiosincrasia. Porque no hay patria sin hablantes, sin ciudadanos articulados con un buen léxico que nombre desde su particularidad su circunstancia. La risa, la nostalgia y el rigor están asegurados en esta obra.

Margarita Vásquez ha construido uno de los libros más importantes de nuestro país, y ha conseguido meternos a todos en él, a todos los hablantes panameños. Este inventario del alma merece nuestro compromiso como lectores, y sin duda alguna, como escritores.

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