Hace unas semanas falleció en Panamá, a los 94 años de edad, María Teresa Matelí Healy de Alemán, madre de seis hombres y una mujer, abuela de 18, bisabuela de 14 y suegra de hijos políticos a quien quiso y trató como propios.
Hija de padre estadounidense y madre panameña, era una mujer de firmes principios cristianos y afianzadas creencias en la tradición de igualdad de todos los seres humanos declarada en la Constitución americana.
La conocí hace más de 50 años por amistad con su hija Carmen y luego el destino me llevó a casarme con el segundo de sus hijos, de nombre Jaime Eduardo, como su abuelo materno, James Edward Healy, pionero en el negocio de la banca en el país, quien a través de su liderazgo en el Chase Manhattan Bank, empujó la prosperidad en muchos sectores de la economía nacional a mediados del siglo XX.
Fue su madre Berta Quelquejeu, una mujer de solidez legendaria y una verdadera fuerza de la naturaleza.
Supo ser una gran compañera de vida para su entrañable esposo Roberto Alemán Zubieta, gran abogado, empresario y patriota panameño, quien sirvió al país en múltiples esferas de manera desinteresada.
Sin embargo, me atrevería a decir que su trabajo más importante fue el de ser madre de ese universo masculino, a quienes supo transmitir, ante todo, su gran humanidad.
En su casa se respiraba disciplina y no había valores más importantes que los estudios, tanto para los hombres como para la mujer, y la justicia social.
Logró que todos sus hijos, Roberto, Jaime, Carmen, José Miguel, Álvaro, Pancho y Lucas, hicieran estudios universitarios y de postgrado y, más importante aún, produjo una generación de seres nobles, correctos y comprometidos con el país y los más necesitados.
No ha dejado de sorprender a alguno la “avalancha” de sentidos mensajes, notas, llamadas y visitas recibidas, considerando que se trataba de una mujer de 94 años, que había estado ya ausente por muchos años, presa de una enfermedad senil. No obstante, todavía más llamativo ha sido que la gran mayoría de ellos hace aún alusión al recuerdo de un gesto, un incidente, una ayuda o algún detalle de esos que solía tener mi suegra con propios y ajenos, casi todos refiriéndose a esa sonrisa de ella tan auténtica y bondadosa, que perpetuamente iluminaba su rostro.
Para mí, lo especial de esa sonrisa es que no era caprichosa, sino universal y democrática, ya que iba dirigida a la persona más humilde como a la más importante, retratando claramente a la mujer que había detrás. Esa sonrisa permanecía aun en momentos tristes, ya que al mundo hay que dar la mejor cara, demostrando que las cargas se llevan con estoicismo.
Y debo aclarar que la tía Matelí era, por supuesto, mucho más que solo una sonrisa: inteligente, educada, culta, disciplinada, generosa, justa, fina en el sentido más puro de la palabra y, sobre todo, muy compasiva con los que sufrían o necesitaban.
Hoy, todos celebramos y agradecemos por su vida y, más que nunca, me percato de que fue esa sonrisa universal su principal vehículo para tocar mil corazones y abrir las fronteras más cerradas, aportando luz en todos los ámbitos a donde la vida la llevó. Fue, sin duda, uno de sus grandes legados.
Así como los británicos tuvieron a su “princesa del pueblo” en la fallecida princesa Diana, creo que muchos en Panamá siempre recordaremos a María Teresa Healy de Alemán como nuestra “dama de la sonrisa”.