De la fragilidad contemporánea, o quizás del ensimismamiento morboso y también del paso del tiempo, o de la conciencia de la pérdida de la juventud; del erotismo pretérito, de la ciudad transformada; de fragmentos de tiempo que se dilatan para que su vértigo se condense en una fracción de memoria que nos recuerde que tarde o temprano seremos, todos, protagonistas de ficciones como estas. Quizás de todo eso tratan los cuentos de Talón.
Nicolás Melini (Santa Cruz de La Palma, 1969), es uno de los cuentistas españoles más importantes del panorama hispanoamericano, y vuelve a demostrarlo con este hermoso, inquietante y profundo libro de cuentos, Talón (Ediciones Franz, 2021), en el que el escritor canario consigue construir este mosaico de historias que ponen al descubierto la fragilidad del lector, que queda retratada con precisión cinematográfica.
El libro arranca con un extenuante cuento, Suspenso, en el que su protagonista no consigue llegar a su destino, en una suerte de Sísifo moderno, condenado a ir y no llegar nunca. Un cuento envolvente, donde la descripción precisa del paisaje juega un papel fundamental, y la aceleración del tiempo narrativo nos transmite esa sensación asfixiante que nos encierra en esa ladera abajo sin solución ni fin posible.
Cuentos del paso del tiempo y la soledad como, No es culpa de ellos, ellos no tienen culpa, o de la fragilidad mental y existencial como Cobijo, o el muy urbano y descriptivo Rata, o microrrelatos en toda regla como Elasticidad comprobada, de una asepsia blanca de laboratorio perturbador, y Pared, de una oscuridad cortante. Y están dos brillantes cuentos, cuyos conflictos están fuera de la narración: Qué hay nada (el título es un diálogo) y Salir: en ambos cuentos lo que los ha generado no se cita, sabemos que algo ha pasado (hay un cadáver en uno de ellos) pero nosotros estamos siendo llevados, con la mirada puesta fuera del cuento, buscando el conflicto, por una narración de las consecuencias tan absorbente y delirante que no podemos más que seguir leyendo.
Mi cuento favorito es Travesía, en el que el cineasta que es Nicolás Melini maneja a la perfección el punto de vista y el ritmo para transmitirnos la lentitud de lo cotidiano en la vida de un hombre muy mayor, y la velocidad de urgencia que llevan los demás a su alrededor (el observador dice en un momento: “porque yo también lo rebaso y continúo como si fuese a apagar un incendio”), abocados a un frenesí que invisibiliza al resto. El narrador, que dice haber visto al hombre tantas veces y desde tantos ángulos, tiene la secuencia completa, y hace un montaje para ofrecernos esta belleza en cámara lenta para decirnos, de alguna forma, que vamos muy deprisa.
Talón es un libro que, por su hondura de mirada sobre el vacío de este tiempo y sobre el ensimismamiento de todos, seguro va a producir, como poco, un ajuste de enfoque en nuestra circunstancia. La vida, la muerte, el amor, la sexualidad, la fe, el dolor, la infancia, las ciudades tan visibles e invisibilizadas por las prisas, todos estos materiales, en manos de un maestro ya del cuento, han producido uno de esos libros que hay que leer como sea. Este artefacto literario es, definitivamente, una consagración del genio de Nicolás Melini.
En su libro de poemas, Cuadros de Hopper, de 2002, dice el poeta que también es Nicolás Melini, en el poema Este libro, lo siguiente: “Acaso se entretendrá el lector,/ se conmoverá con ello”. Ese deseo del propio autor de hace 20 años, es el mismo que quiero arrimar a este excelente libro, Talón: que el lector se entretenga y se conmueva a partes iguales, que a la emoción por la belleza literaria siga una necesaria y urgente reflexión sobre nosotros mismos.
Después de leer Talón nos les quedará más remedio que buscar el resto de la obra de Nicolás Melini. No les va a defraudar. Este último trabajo suyo es una perfecta puerta de entrada a una mirada que será determinante en la literatura que se hace en español, cuyo talento va a darnos muchas más jornadas del más alto nivel literario.