Los primeros pasos como lectora de la chilena Alejandra Costamagna (Santiago, 1970) fueron más bien orales. Esta escritora, periodista y docente se refiere a las lecturas que le hacía su mamá en voz alta, “sentada a la orilla de mi cama, antes de dormir. Asocio ese primer acercamiento a la literatura con un tono, una modulación, la generación de una atmósfera que me iba envolviendo y hechizando”.
“La lectura nació vinculada a ese afecto, a ese goce y a esa fascinación por entrar a otros mundos que quizás en el sueño seguían ampliándose y percutiendo en mí una temprana pulsión literaria”, comenta quien participará en Panamá del festival literario Centroamérica Cuenta del 22 al 26 de mayo.
Suyas son novelas como Ciudadano en retiro (1998) y Dile que no estoy (2007), así como libros de relatos como Últimos fuegos (2005) y Animales domésticos (2011), sin olvidar su antología de crónicas Cruce de peatones (2012-2021).
¿Cuáles fueron tus primeros autores leídos?
Las primeras lecturas autónomas fueron historietas. Un lugar especial ocupó ahí Mafalda, tenía adoración por esa niña que miraba con sospecha ciertas lógicas de los adultos. Luego, ya adolescente, Décimas, autobiografía en verso, de Violeta Parra, que es el collage de una vida cantada y contada, un libro al que siempre vuelvo. Y ya empezó la lectura subrayando los libros, atendiendo a los procedimientos de escritura. El primero fue La amortajada, de María Luisa Bombal. Recuerdo haberme sorprendido con la perspectiva desde la muerte, con el monólogo interior, con el lenguaje metafórico, con el manejo de la temporalidad de esta escritora chilena que nunca más solté.
Somos de la generación que comenzó a redactar en máquinas de escribir. ¿Cuál es hoy tu relación con la tecnología?
Somos una generación de transición, tienes razón. A pesar de que escribo la mayor parte del tiempo en la computadora, sigo manteniendo cuadernos en los que ensayo versiones de lo escrito. La escritura a mano establece una relación distinta, hay otro ritmo, hay una forma de involucrarse desde el tacto que genera una disposición más apegada al primer impulso.
¿Cómo te llevas con las redes sociales?
Paso más horas de las que me gustaría mirando la pantallita. Pero trato de hacerle frente a eso, porque es parte de una lógica de inmediatez bastante desquiciada. Esa lógica va de la mano con las exigencias del modelo a la hiperproductividad, a tener presencia en todo, a producir y tener respuestas donde a veces apenas alcanzamos a dar balbuceos. Ese apremio neoliberal que trabaja sobre la obsolescencia casi inmediata, ese “hacer” constante y abrumador es una enfermedad del sistema del que urge estar en alerta también en el plano cultural. Y esa alerta ha repercutido en mi práctica literaria en estos últimos años, en el sentido de tratar de detenerme, de seguir la lentitud que demande un texto, de parar la máquina todas las veces que sea necesario para procesar, dar sentido, cuestionar, rearmar, imaginar, renunciar, desbaratar y volver a pasar por el corazón.

¿Qué significa para ti el periodismo?
El periodismo independiente, el que está chequeando, investigando, fiscalizando, mirando debajo de la alfombra, escapándole al dogma, haciéndonos ver lo que ciertos poderes fácticos no quieren que veamos, se vuelve cada vez más importante en el contexto de la manipulación informativa, la industria de noticias falsas y el negacionismo al que estamos expuestos. El periodismo es un albergue para el pensamiento crítico y un anticuerpo frente a los autoritarismos.
¿Cómo se construye una buena crónica?
Quizás todo pase por ajustar la mirada, la percepción. Intentar asombrarnos con aquello que acaso vemos todos los días y no atendemos. Buscar el ángulo hasta que aparezca algo en esa realidad que escape de la superficie. Cuestionar el lugar de lo relevante, pensar que todo puede contar una historia. Mirar lo que está fuera de foco, lo pequeño, lo aparentemente nimio. En las crónicas de Cruce de peatones hay algo del orden de la memoria que está involucrado en su construcción. Y me gusta que aparezca la palabra “construcción” junto con la palabra “memoria”, porque al rememorar hacemos un ejercicio de selección del material, hay una decisión por traer a la luz y revelar o dar prioridad a determinados aspectos. Y la voluntad de rearmar unos hechos, unas vidas.
¿Qué características del periodismo te son útiles para la ficción y viceversa?
Del periodismo para la ficción, la atención quirúrgica a lo observado y escuchado. De la ficción para el periodismo, la toma de conciencia de que las palabras siempre son insuficientes para dar cuenta de lo que queremos nombrar.
¿Cómo es tú proceso cuando te enfrentas a un nuevo libro? Por ejemplo, en tu primera novela En voz baja (1996) y en tu primer libro de cuentos Malas noches (2000).
La mayoría de las veces los procesos surgen de una imagen o una acumulación de imágenes, que pueden venir de experiencias, conversaciones, murmullos que vuelven, escenas vistas en la calle, sueños desdibujados, recuerdos antiguos o lecturas que hayan quedado haciendo eco en alguna parte. En el caso de En voz baja (que es la historia de una niña que observa con perplejidad cómo su pequeño mundo familiar se resquebraja mientras el mundo de afuera, el del Chile del golpe de Estado, se desmorona en su escala mayor), quizás la imagen propulsora vino de un recuerdo de infancia: mi hermana ve pasar a una fila de hormigas y las va aplastando una a una con su dedo índice mientras dice: “toque de queda, toque de queda, toque de queda”. En el caso de Malas noches quizás el estímulo de trabajo inicial fue la experiencia del insomnio y esa alteración de la realidad que me hacía ver las cosas como si estuviera bajo el agua.
Llega una idea, ¿qué sigue a continuación?
Al sacarle las capas a esa imagen inicial va apareciendo un mundo posible, que es y no es el original. Y lo que viene es un péndulo entre ese impulso primario y la imaginación. Y lo que viene es tratar de encontrarle una forma, una estructura a eso que voy a contar. Y lo que viene es ensayar posibilidades, unir fragmentos, crear pequeñas escenas de las que pueda desprenderse algo. Y lo viene es seguir el torrente al que me vaya llevando el material, tratando de tomar las riendas y soltarlas, tomarlas y soltarlas.
¿Cuándo llegas a la conclusión que esto será un relato o una novela?
Con lo periodístico está más claro desde el principio, pero con el relato y la novela suele haber una zona ambigua, un vaivén que disfruto. La posibilidad del desvío está más abierta y dejo que el material vaya encontrando su lugar. Si veo que le crecen muchas ramas, lo riego por si quiere tomar curso de novela. Si veo que se comprime y se comprime, trato de hablar en voz muy baja para que su concentración expresiva más propia del relato se asiente. Pero trato de no forzarlo mucho.
¿Qué peso tiene escribir y corregir?
Escribir para mí es muchos verbos: escarbar, observar, recordar, escuchar, pero también es corregir. Cuando corregimos estamos dando cuenta de que la escritura siempre está inconclusa, siempre es un borrador. Lydia Davis dice que “al fin y al cabo, cuando se corrige una oración, no solo se corrigen las palabras sino también las ideas”. Lo suscribo con ella.
¿Cómo encuentras el tono para un libro?
Probando. Ensayando voces, cambiando perspectivas, tanteando distintos registros para una misma escena. Tratando de entender desde dónde se contará lo que se va a contar, quién va a tener acceso a la información, qué relación va a establecer con el material, cuánto se va a involucrar. Y leyendo mucho, buscando en la lectura bandas sonoras que se acerquen a la música que empieza a aparecer en mi cabeza.

