Mujer divina, composición genial de Agustín Lara, compositor de oficio. Hay una bella versión contemporánea interpretada por Natalia Lafourcade. Y polémica porque en escenas del video oficial dos chicas se acarician y se besan entre ellas. Cibernautas femeninas se han atribuido el blanco de los versos y otras han reclamado por no serlo.
Conocí de ese amor espectacular, Lara/María Féliz, en la biografía novelada María del alma, del periodista colombiano Daniel Samper, quien fue vecino mío en el PH Mosaico del diario La Prensa.
Es el amor sentimental la reafirmación del yo, es realismo mágico, irracional y desata demonios internos. Es meta esencial desarrollar un modelo de pareja, como el del video de Natalia, las ocurrencias de la suprema Safo, la común par-eja, trouple, tri-eja y/o poliamor.
Carlomagno, guerrero semidiós, ya viejo y prestigioso, se desquicia con una chica alemana (bautícenla; SOS). Ella muere, la embalsama y la instala en su aposento. Un arzobispo va en auxilio del semidiós y descubre un anillo debajo de la humanidad de la embalsamada. El religioso ahora será el objeto del deseo del viejo guerrero, sí, ante lo cual tira la prenda al lago de Constanza. Carlomagno se enamora del lago. Que quede constancia de que he parafraseado, no a Lara, sino a Calvino.
Renuncia a la cura el protagonista de El amor en los tiempos del cólera. El destino ronda: Fermina, el objeto del amor del enfermo Florentino, queda libre.
El esposo, médico Urbina (creo que ese es el apellido), muere al caerse de un árbol correteando un perico (o loro). Los novios de juventud materializan su amor 50 o 60 años después.
Desde una estrella, no tan gigante, que dibuja la miel padecida por Carlomagno, desde donde todo se domina, se ve el precipicio, cara a cara. Maestro Vinicius de Moraes trata de explicar: “La vida solo existe para quien se dio, para quien amó, para quien lloró, para quien sufrió”. ¿Para qué más sirve?