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Peripecia y gloria

En un salón del corregimiento de San Felipe, localizado hoy dentro del Palacio Bolívar, sede de nuestra Cancillería, se inauguró hace 198 años el Congreso Anfictiónico, una asamblea única en su género y pionera en una época de turbulencias y alegrías emancipadoras.

Puntualmente, a las 9:00 de la mañana del 22 de junio de 1826, dos años después de la convocatoria desde Lima por Bolívar, jefe de Estado del Perú, dio inicio. En esa comunicación, Bolívar soñaba con que nuestro territorio, emancipado cinco años antes de la Corona española, aplicara para ser la capital del mundo.

Esa mañana, sin lluvia conocida, expresaron su satisfacción los concejales de la ciudad: José María Belis, J.B. Berand, Antonio Jiménez, Remigio Larios, Manuel Berguido, José de los Santos Betancourt, Domingo de Obaldía, Juan de Jesús Dutary, Carlos de Ycaza, José de los Santos Correidy y Pedro Obarrio:

“La municipalidad de esta capital se congratula de haber gozado de tan plausible satisfacción, y de haber disfrutado en el memorable 22 de junio de 1826, que fijará su inmortal época, el más glorioso transporte de júbilo que no fue concedido a otro pueblo del mundo, abrigando en su seno a la más excelsa corporación que pudo crearse para llevar el timón de la nave que ha de conducir al venturoso puerto a las repúblicas reunidas del Nuevo Mundo”.

Un tono esperanzador panameño en el decir de estos concejales, que contrasta con todas las peripecias que se sucedieron en aquella asamblea.

En este espacio dentro del convento de San Francisco, lugar de descanso de los monjes, se congregó la sesión, que demoraría en nuestra ciudad hasta el 15 de julio, cuando se trasladó por dos años a la Villa de Tacubaya, suburbio de la Ciudad de México.

A media mañana, se registró la ceremonia inaugural, preparada por las autoridades locales, eclesiásticas, municipales y regionales. Un delegado de la Federación Centroamericana, Antonio Larrazábal, obispo, ofició misa posterior en el templo, localizado en el extremo norte de la hoy Plaza Bolívar. Terminada la homilía, los delegados caminaron hacia el interior del convento por una puerta divisoria, de contornos visibles y detrás de la mesa de honor del Salón Bolívar. El arquitecto restaurador del inmueble, Álvaro González Clare, destacó el marco de esa puerta dentro del Salón Bolívar, un templo sin par de la historia y anfictionía latinoamericana.

Demoró buen tiempo en esa primera sesión la aceptación y formalización de los poderes de los representantes, según las normas aceptadas. Dos representantes por Estado: el Perú, Colombia, Centroamérica y México. En cuatro había quedado la propuesta inicial, en la que también se encontraban Chile, las Provincias Unidas del Río de la Plata y Bolivia. Santander, entonces vicepresidente de Colombia, invitó, por su cuenta, a Estados Unidos, Gran Bretaña y Brasil. Los delegados estadounidenses no consiguieron llegar (uno de ellos falleció en el camino) y Brasil, entonces monarquía, no aceptó.

Esa mañana fue acreditado el inglés Gual, en representación de Gran Bretaña. Solo se oiría su opinión si los delegados se la demandaban.

Con una visión estratégica sin parangón e influido por la Ilustración y las revoluciones de Francia y Estados Unidos, Bolívar se empeñó en llevar a cabo esta asamblea, resultante de las campañas de emancipación de nuestras naciones de la Corona española.

El autor es periodista, docente y filólogo.


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