¿Cómo mejorar nuestro sistema económico? ¿Cómo adaptarlo a los desafíos presentes y futuros? ¿Cuál debe ser la función del Estado?
Establecer una negociación y concertación con todos los sectores sociales, pragmáticas, realistas y no apresuradas, que impulsen cambios para ampliar la perspectiva económica, en los que no imperen ni los radicales de derecha ni de izquierda. Lo afirma el economista Horacio Estribí, egresado de Harvard y testigo de la experiencia singapurense.
Esos cambios, dentro del sistema híbrido imperante, deben ser resultantes de un consenso nacional, que esté fortalecido en la institucionalidad, sea incluyente, sostenido y respetuoso de los recursos naturales y el ambiente, y que garantice la convivencia social, plantea.
Sus colegas Eddie Tapiero, Felipe Argote y Olmedo Estrada son partidarios de que una nueva Constitución guíe el rumbo del sistema. Esa reforma debe bloquear el conflicto de interés y robustecer la libre competencia, señala Tapiero, boqueteño con bagaje profesional internacional, incluso en África.
Argote se inclina por construir una estrategia de desarrollo a largo plazo. “El modelo económico hay que modificarlo”, subraya. Varela y Cortizo desde antes de llegar a ser presidentes sabían que debían fomentar una reforma constitucional.
Desde la crisis económica de 2008 (resultante por la especulación de créditos de hipotecas), precisa Argote, los Estados han debido intervenir, como ha sucedido en Estados Unidos, con salvavidas financieros en beneficio de los bancos y grandes empresas, y en medio de la pandemia, han debido preservar el tejido social con la aplicación de subsidios e inversión estatal.
¿Cuáles son los desafíos del sistema económico nacional?
Desarticular la corrupción y frenar el gasto público. Esas prácticas impiden un mejor desempeño, expresa Estrada. Contrastan con finanzas robustas de la empresa estatal del Canal de Panamá y la minería. “El manejo irresponsable de las finanzas públicas dan al traste con el propósito del crecimiento”.
Poner freno a la libre competencia, basada en oferta y demanda, el cartel comercializador de medicamentos, “que tiene secuestrado al Seguro Social”, indica Estrada, profesor universitario y dirigente gremial.
El favoritismo limita la libre competencia. “La empresa más eficiente no puede competir y se beneficia la más ineficiente”, explica Tapiero. Pondera a aquellas empresas que juegan limpio y que luchan, con innovación, en medio de esas prácticas de favoritismo. Un segundo grupo de empresas depende de los favores del gobierno, y un tercer bloque depende del interés personal de funcionarios de alto rango, y simbolizan ineficiencia y pérdida.
Paradojas incluidas. Panamá, con su sistema económico logístico, contribuye con las economías de otras naciones, no obstante no estimula el emprendurismo ni el beneficio para su propia economía. “Ayudamos a otros a exportar, pero poco lo hacemos nosotros”, afirma.
El nuevo liberalismo (o sistema neoliberal) nació hace 40 años como reacción a una gran intervención del Estado, y propicia que sea más chico y un sector empresarial más grande. Explica el profesor Rolando Gordón que ese sistema se materializó con la privatización de las empresas
estatales de electricidad (IRHE), telecomunicaciones (UNTEL) y hoteleras, en el periodo Pérez Balladares (1994-99).
El nuevo liberalismo propende libre competencia, que se ve limitada con la existencia de oligopolios y monopolios. Según Gordón, decano de Economía de la UP, empresas de ese tipo terminan no compitiendo, sino que se convierten en carteles de precios. En el mercado local, ejemplifica, saltan a la vista las de pollo, azúcar, carne, electricidad, telecomunicaciones y cervezas.


