Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las enfermedades infecciosas emergentes son aquellas cuya incidencia ha aumentado en los seres humanos en los últimos 20 años.
“Las enfermedades infecciosas emergentes son aquellas que, tras haber mantenido una incidencia estable durante mucho tiempo, vuelven a aumentar, o bien que habían estado controladas en algún lugar y reaparecen, o que aparecen en países donde antes no se observaban”, explica la médico pediatra y especialista en infectología María Luisa Ávila.
Para Ávila, quien fue ministra de Salud en su natal Costa Rica, “todo esto tiene que ver con el cambio climático”, es decir, con los cambios a largo plazo en las temperaturas y los patrones climáticos.
Según la doctora, cuando esto ocurre, los vectores de algunas enfermedades se adaptan a diferentes temperaturas o, si la temperatura aumenta, estos vectores pueden reproducirse con mayor rapidez.
El cambio climático exacerba algunas amenazas para la salud y crea nuevos desafíos de salud públicos. En todo el mundo, analizando solo unos pocos indicadores de salud, ocurrirán 250,000 muertes adicionales por año en las próximas décadas como resultado del cambio climático, según estimaciones de la OPS.
Como ejemplo, Ávila menciona el virus Oropouche (OROV), que “anteriormente se observaba en algunas regiones y que ahora está reapareciendo en otras”. El Oropouche es un arbovirus de la familia Peribunyaviridae, detectado por primera vez en 1955 cerca del río Oropouche en Trinidad, seguido de varios brotes en Brasil a finales del siglo pasado. En 2024, se han reportado más de 7,700 casos de OROV en cinco países de las Américas: Brasil (6,976 casos hasta mediados de 2024), Bolivia, Perú, Cuba y Colombia. En julio de este año, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) emitió una alerta epidemiológica sobre el aumento de casos reportados del virus OROV en esos cinco países de la región. ¿Cómo se transmite? El Oropouche es una enfermedad transmitida por vectores, propagándose principalmente entre personas a través de la picadura del jején (Culicoides paraensis). También se ha identificado al mosquito Culex quinquefasciatus como un posible transmisor.
“Al igual que los seres humanos que emigran en busca de mejores condiciones de vida, los vectores se desplazan a lugares donde su hábitat y fuentes de alimentación les favorecen para reproducirse. Esto puede ocurrir no solo con mosquitos, sino también con garrapatas y roedores”, apunta Ávila.
La doctora destaca que el aumento de las temperaturas globales está permitiendo que estas enfermedades ya no estén limitadas a regiones específicas como el trópico o el subtrópico. “Cuando cambia la condición en países que no están dentro de esas franjas, estas enfermedades pueden reaparecer”, advierte.
¿Qué recomendaciones ofrece ante este panorama? Ávila sugiere que los sistemas de salud adopten diversas medidas, comenzando por establecer políticas claras respecto al cambio climático, como implementar prácticas de mitigación, tales como reciclar más, recolectar residuos sólidos valiosos, y mejorar el transporte público para reducir el uso de automóviles.
A nivel individual, hace énfasis en la importancia de caminar más, compartir el automóvil con vecinos o compañeros de trabajo, y mejorar la alimentación, entre otros aspectos.
Por último, Ávila reconoce que “prepararse para enfrentar el panorama de las enfermedades infecciosas emergentes en las próximas décadas es complicado”. Sin embargo, insiste en la necesidad de mantenerse vigilantes, no solo en términos de epidemiología, sino también a nivel de laboratorios, y en preparar a la población lo mejor posible.
Ávila fue una de las expositoras en el panel titulado “El cambio climático y el comportamiento global: Cómo afecta a las enfermedades infecciosas emergentes”, durante la 21ª edición del Seminario Latinoamericano de Periodismo en Ciencia y Salud de MSD, desarrollado en Ciudad de México en agosto pasado.