¿Se debe publicar o no a un autor después de muerto? El titular que ha trascendido más que ningún otro ante la aparición hace algunos días atrás de En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez, es que el propio autor dijo, «Este libro no funciona, hay que destruirlo», pero sus hijos, sus herederos, han decidido, después de una segunda lectura y de varios años en que los manuscritos estuvieron guardados en la Universidad de Texas en Austin, publicarlo.
Pudimos escuchar en directo, en la rueda de prensa que se hizo el pasado 5 de marzo de 2024 a propósito del lanzamiento mundial de esta novela, a los hijos del Nobel colombiano, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, y su editora, Pilar Reyes, en las instalaciones del Instituto Cervantes de Madrid, los motivos y por menores de esta decisión, que nos pone otra vez en la discusión sobre lo pertinente o no de publicar obras póstumas sin la autorización expresa de los autores.
Los argumentos que planteaban son, por un lado, que esta es una obra de la que se tienen cinco versiones y que había sido comentada en profundidad con ellos antes de que el deterioro de García Márquez fuese evidente. Que el autor de Cien años de soledad, en el momento de afirmar que la novela no era buena, ya estaba mermado en su criterio sobre la obra. Precisamente, por el hecho de ser una obra trabajada a fondo, antes de perder su juicio estético, es un privilegio, se dijo, poder publicarla como una victoria contra el olvido. Otra de las cosas que se aclararon es que el editor, Cristóbal Pera, no escribió el final de En agosto nos vemos. La novela estaba trabajada, no tan pulida como otras, pero allí estaba todo. Un buen puñado de razones que de alguna forma avalan la decisión de publicarla.
Después de la muerte de García Márquez, su archivo completo se trasladó a la Universidad de Texas en Austin, donde algunos lectores expertos que pudieron leerla sugirieron que sería oportuno publicarla. Así que, al releerla, a los hijos del colombiano les pareció mejor de lo que recordaban y decidieron hacerlo, también por una razón práctica. Dijeron que en algún momento los derechos de los herederos caducarían y terminaría por publicarse, así que “mejor que todo tenga un ISBN”.
Grosso modo, los argumentos son válidos, y en la práctica, los herederos ponen a disposición de los lectores de García Márquez toda su obra, y se despeja la duda siempre acuciante en estos casos: no hay más manuscritos secretos: todo «García Márquez» está publicado para beneficio, disfrute y discusión de sus lectores. Es interesante observar, como se apuntó en la rueda de prensa (lo decía Pilar Reyes), que el manuscrito de García Márquez ya estaba en ese viaje del idioma hacia un territorio de la lengua al que tenía por costumbre llevarnos, es decir, estaba en la fase en la que el escritor lucha con la belleza y precisión del idioma. En agosto nos vemos es un texto en el que reconoceremos a Gabriel García Márquez.
Hay quienes les afean el gesto a sus hijos, que bromeaban diciendo que su padre les dijo que, cuando él no estuviera, hicieran lo que les diera la gana, y eso hacen, sin faltar, vistos los argumentos, a la memoria literaria de su padre. Y ya sé que esta afirmación es personal y arbitraria, como todas las que se hacen al hablar de este hecho que, sin duda, es el acontecimiento literario del año, diez años después de la muerte del colombiano.
Habrá quien discuta las razones «morales» de esta publicación, pero lo que toca es leer la novela y juzgarla dentro de la producción literaria del Nobel y teniendo en cuenta las tan peculiares circunstancias de esta. Algunos la juzgan ya como una obra muy menor, otros dicen que está a la altura de las últimas, que es una suerte de cierre del ciclo formado por Del amor y otros demonios y Memoria de mis putas tristes, aunque éstas, para muchos, no tienen la frondosidad ni la profundidad de sus clásicos, pero, como bien sabemos, no todos los días se puede escribir Cien años de soledad, ni muchísimo menos.