¿Quieres ir a Miami a manejar un Ferrari?

¿Quieres ir a Miami a manejar un Ferrari?


No me habían terminado de preguntar cuando ya estaba ¡preparando maletas! El trip arrancó la noche anterior del test drive con la delicia de viajar a Miami en business class. Llegué a la hora de la cena, un elegante rincón privado del Ritz en Bal Harbour. En la mesa esperaban la periodista chilena, Romina Cannoni y desde Colombia, María Antonia Calle, acompañadas de nuestros anfitriones de Ferrari, Carlos Quintanilla y Jeffrey Grossbard.

El vino no dejaba de fluir entre historias alrededor de la mítica Ferrari y un agasajo de sofisticados platillos que traía el chef a la mesa. Cuentan que estos automóviles superdeportivos son fabricados en un pueblo en el norte de Italia, Maranello, donde se vive y respira Ferrari. En aquel rincón del mundo, diseñadores, ingenieros, mecánicos, artesanos, amigos, vecinos, todos los involucrados, conviven, y discuten entre sí, “como buenos italianos”, para empezar un proyecto desde cero y crear algo único.

Día del “test drive” Ferrari

La mañana estaba fresca, espectacular, el cielo no podía estar más azul. Durante el desayuno al aire libre, Quintanilla nos mostró un video que tomó con el celular esa madrugada desde el balcón del hotel: A lo lejos, en el horizonte, la nave Orión despegaba desde el Centro Espacial Kennedy ¡rumbo a la luna!

Terminado el café, salimos a la entrada del hotel. Allí estaba, con una línea de palmeras de fondo, el Ferrari Roma, una exquisita pieza de arte, parecía hasta comestible, como un bocadillo sensual. Introduje mi mano en la puerta y abrió. El cuero del asiento me arropó con el cariño de una mano amiga, invitándome a la carretera. En el interior, donde miraras, se podía sentir la pasión y detallismo del artesano italiano. Lo clásico se integraba con lo moderno de manera magistral.

Con solo acariciar el volante, el auto cobró vida. La melodía del motor era hipnotizante, la podía sentir por todo el cuerpo, me sentía poseído, como si ahora fuera parte del automóvil.

Mi corazón latía a mil, entre un mar de nervios, mientras le presentaba el pie al acelerador, con ternura, ya que estaba por sacar un carro de 300 mil dólares a las calles de Miami y ¡no me la quería cagar!

Salí del hotel con rumbo a la autopista, la amplia pantalla de la consola central mostraba la ruta y delante de mí, por si las moscas, Jeffrey Grossbard en el carro guía. El resto del equipo se quedó atrás, realizando las tomas con otras dos joyas del Cavallino Rampante, el Ferrari Portofino M y un suculento 296 GTB. El tiempo corría, ese mismo día regresaba a Panamá y aún quedaba mucha calle por recorrer.

El ‘Roma’ se sentía fenomenal, una nave espacial, sus instrumentos al alcance de los dedos sin tener que soltar las manos del volante ni perder la vista de la carretera. Ya en la autopista, logré unos 120 kph, cosa que para el Roma, era un paseo en el parque de ancianos mientras yo trataba de no perder la concentración, de no perder de vista al carro guía, que en ocasiones ocurría, dejándome al borde de un colapso nervioso. Poco a poco agarré confianza, me relajaba con la conversa burbujeante del motor que pedía más y me lo hacía saber.

Abandonamos la autopista y nos pegamos a la costa. El mar, la arena, las palmeras, todo era tan ‘Miami Vice’, ¡debí venir ensaca’o! Nos detuvimos en el Spanish River Park, un frondoso parque a orillas de playa para las tomas con dron del Roma, inmerso en el relajante ambiente costero. Desde el parque seguimos unos 30 minutos más hasta Palm Beach para un almuerzo relámpago ya que solo faltaban algunas horas para la salida del vuelo de regreso a Panamá.

De vuelta en la autopista, rumbo al hotel, empezó a llover, levemente. “¿Y los limpiaparabrisas? Ni siquiera eran visibles y de la nada salió, como un relámpago, el limpiaparabrisas y desapareció la lluvia. Se estaba poniendo pesado el tráfico cuando, de repente, un auto frenó abruptamente frente a mí, bajé rápidamente la velocidad, atrás de mí escuché chirrido de frenos y me quedé observando, por el retrovisor, cómo un auto se deslizaba hacia mí, como en cámara lenta, deteniéndose justo antes de la tragedia.

Con el alma de vuelta al cuerpo, finalmente, seguí mi camino, tranquilo, ya le estaba cogiendo el gusto, era como estar en un video juego, en una película. Finalmente llegué al hotel, recogí mis cosas y arranqué con un chofer al aeropuerto. Ya en Panamá, aquella melodía del motor regresaba a mi mente, con recuerdos de la dolce vita.

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