Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastidas era el nombre completo del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, quien pasó a la historia literaria por sus Rimas, de una inspiración basada en lecturas de los románticos Lord Byron (inglés) y Heinrich Heine (alemán). Sus referentes se basan en una reflexión intimista, tendencia de la época, que consolidó sentimientos propios, como primer enfoque para comprender la realidad circunstancial.
Por esa razón abordó claramente en sus rimas, ideas tan sencillas como: “Yo quisiera escribirlo, del hombre / domando el rebelde, mezquino idioma, / con palabras que fuesen a un tiempo / suspiros y risas, colores y nota”. Es tan solo la segunda estrofa de su primera selección y ya propone una relación entre el individuo, sus sensaciones y la manera de abordar el mundo mediante las palabras y expresarse a través de sus características.
Ese fue un estilo que desarrolló en aquel ritmo que dio a sus cuartetas y en donde exploró su modalidad de expresión personal para concluir con síntesis evidentemente referenciales: “…podrá no haber poetas, pero siempre, habrá poesía”. Esta imagen se reitera en los versos subsiguientes. Y al referirse a una noción tan abarcadora como la humanidad, repite su estribillo: “Mientras haya un misterio para el hombre / ¡habrá poesía!”.
El poeta y su hermano Valeriano decidieron adoptarse mutuamente al morir su madre y se hicieron aficionados a la literatura y la pintura. Él se inclinó hacia las letras y el otro descolló en el arte gráfico. Gustavo produjo obras menores tempranas, hasta que publicó en 1857 Historia de los templos de España y luego Cartas literarias a una mujer. Paralelamente, también empezó a redactar leyendas. Finalmente, Libro de los gorriones y Obras completas (póstumo).
Bécquer sufrió de tuberculosis durante varios años, lo cual le obligó a buscar una región adecuada para superar sus padecimientos. La comprometida salud lo llevó a dejar Madrid, donde moraba después de salir de su tierra en Andalucía, y encontró junto a Valeriano un monasterio en Zaragoza, en las faldas del cerro Moncayo. Allí se hospedó y escribió Desde mi celda, un epistolario y varias de las leyendas.
El monasterio de Veruela es una construcción del siglo XII y perteneció a la Orden cisterciense, situado en Tarazona, poblado de la provincia de Zaragoza en Aragón. Sus estrechos pasillos, paredes de piedra, tumbas de jerarcas de la iglesia y templo con hermosos ventanales, crean un ambiente especial, sobre todo por la vegetación que le rodea, el clima y un silencio, apenas interrumpido por el aire que circula y el canto de las aves.
Es una edificación impresionante, porque reúne varios estilos arquitectónicos, que van desde el románico, que se nota en la entrada del templo, situado detrás de un jardín con unos árboles que semejan esculturas mitológicas; hasta muestras del estilo gótico que se manifiestan en sus altos y agudos arcos, los que hacen extender los pasillos y despliegan una armazón barroca en la sacristía y la iglesia nueva con sus vitrales.
Se percibe una esencia medieval, que Bécquer aprovechó para exponer sus reflexiones epistolares en este complejo monacal lleno de historia. Alrededor se había organizado según tradición el inequitativo trabajo feudal y las costumbres campesinas de pueblos circundantes, ya perdidos, que se dedicaron a la vid, el maíz y otros productos que impulsaron la economía local y que en invierno, eran arropados por las cubiertas nevadas del Moncayo.
Desde mi celda consta de nueve cartas escritas entre 1863 y 1864 y fueron publicadas en el diario madrileño El contemporáneo. Ocho de ellas, concebidas en ese lugar de reposo y la última, en Madrid. El lenguaje poético de Bécquer le es útil para describir la urbe capitalina y su mundo sevillano con un enfoque costumbrista, pero desde la quietud, “como si hubiera huido del mundanal ruido”.
A partir de esta perspectiva, recorre y brinda datos claros, evocadores, nostálgicos con ese sombrío dejo romántico sobre la época y vida citadina.