Hace unos años fui invitado a un acto que, a la vez, finalizaba un seminario para docentes y presentaba el pensamiento de varios escritores.
A mi me tocó compartir escenario con el maestro Carlos Francisco Changmarín, a quien había conocido casualmente cuando el poeta asesoraba a una facción del sindicato bananero en huelga.
Hubo muchas preguntas hasta que una docente preguntó si el escritor (o la escritora) nace o se hace.
Changmarín, ni corto ni perezoso, respondió a la manera marxista usual, que el escritor precisa un conocimiento ideológico previo para que su estructura narrativa pueda desarrollarse. Igual que un amigo que sostiene que todos los médicos saben exactamente lo mismo y acudir a uno u otro es irrelevante.
A mí me agarró por sorpresa, porque Loma ardiente y vestida de sol surgió de un cuento que escribí en un descanso mientras estudiaba medicina interna para el examen en junio de 1973. Fue algo frenético, sin descanso, así que pude decir, con todo el respeto que se merece el autor de Cuentos del Tío Conejo, que músico, poeta y loco, todos tenemos un poco, que la creación literaria no se aprende en la escuela, y que uno nace con la predisposición a inventar imágenes y figuras literarias.
Han pasado varias décadas desde ese día y sigo creyendo que el autor nace con su talento, grande o pequeño, pero suyo.