La dura realidad migratoria que deja una marca de sangre y lágrimas en la selva del Darién, tendrá, desde el próximo 19 de abril, un espacio que invita a pensar y tomar acción sobre ella.
Ese día, Panamá inaugurará su primer pabellón en la 60 Bienal de Arte de Venecia con el proyecto “Surcos: en el cuerpo y en la tierra”, una exposición curada por Mónica Kupfer y Ana Elizabeth González en colaboración con Luz Bonadiez y Mariana Núñez, quienes junto a cuatro artistas panameños desarrollaron una propuesta que observa atentamente la crisis migratoria que se vive en la región y que se agudiza con su paso a través de la selva.
El pabellón ha sido ideado por el equipo curatorial como un recinto austero, con elementos museográficos sencillos que se integran al edificio y permiten apreciar las imperfecciones que éste ha ganado con el tiempo. El recorrido por el pabellón será libre y adaptado a la distribución arquitectónica del edificio ubicado en los alrededores del Arsenale, lugar que albergará parte de la exposición central del evento y algunos pabellones nacionales. Estas decisiones de orden espacial son importantes para el proyecto, toda vez que estimulan la experiencia y la percepción de la carga conceptual y simbólica que plantean artistas y curadoras.
La espacialidad del edificio ha influenciado la manera en que se estructura la exposición: una zona independiente y dos salones interconectados, adosados a un pequeño corredor. En el primero se ubicará el trabajo de Isabel De Obaldía titulado “Selva”, una obra que explora el carácter insondable de la jungla darienita a través de una instalación inmersiva que contiene dibujos de gran formato de trazos ágiles y gestuales que envuelven a una serie de esculturas de vidrio suspendidas en el espacio, sugiriendo la presencia humana en el paisaje selvático.
Isabel ha preparado además una pieza sonora que acompañará la instalación con sonidos capturados en sus excursiones a la selva, y permearán también a los demás espacios del pabellón vinculándolos a través del audio.
Las otras dos áreas de exposición se articulan internamente. En la de mayor tamaño podrá verse la obra de Cisco Merel instalada en el muro dominante del salón. “Espejismo del Tapón” es una pintura inmersiva ejecutada con tierra extraída del Darién por el artista. Expande la noción de territorio al sugerir múltiples reflexiones sobre lo que implica el paso de seres humanos a través de una zona del país tan inhóspita. En este mismo espacio dialogan tres pinturas de Brooke Alfaro, dos de ellas ejecutadas a finales de los años noventa “Santa del papo” y “Archipiélago” y una de 2021 “La tierra tembló y el mar rugió”. Estas pinturas presentan el transitar de grupos humanos a través de aguas y junglas en escenas imaginarias y distópicas que muestran una naturaleza amenazante. En el segundo espacio, el más íntimo de todo el pabellón, se instalará la obra de Giana De Dier “Todo lo que es noble y verdadero”, compuesta por cinco collages elaborados con fotografías propias y encontradas, material de archivo y otros documentos, con los que aborda desde la potencia de la belleza formal y la poética que caracterizan a la artista el complejo universo de la migración y sus implicaciones emocionales y afectivas desde la óptica afrocaribeña.
Desde su concepción el pabellón se pensó con la intención de ser presentado también en Panamá una vez finalizara la bienal en Italia. Será así como en abril de 2025 el Museo del Canal de Panamá abrirá al público la que será una de las exposiciones más importantes que haya organizado en su último quinquenio, con miras a seguir aportando de forma tangible al sector cultural del país. “Volver: el Pabellón de Panamá en la 60 Bienal de Arte de Venecia” será un espacio que aspirará a ir más allá de lo expositivo, mirará con perspectiva y profundo sentido crítico los desafíos derivados de la experiencia en Venecia en 2024. Un espacio creado con y para la participación de sus audiencias, de manera muy especial para la comunidad artística local, con la que el museo ha estado cultivando poco a poco una relación de cercanía y cooperación a través de su reciente programa anual de residencias artísticas, la ejecución de proyectos especiales con artistas jóvenes y su compromiso con seguir incluyendo al arte local como parte de los relatos que se construyen en sus salas de exposición para pensar nuevas formas de mirar la historia de Panamá y sus rutas transístmicas.
Cuando la Bienal de Venecia termine en noviembre de este año, posiblemente algunas de las más de ochocientas mil personas que se espera visiten el evento, entre el público especializado, los amantes del arte y la cultura, turistas e interesados en esta problemática social podrían haber ingresado a nuestro pabellón, así como al de Nicaragua o Senegal, que se presentan también por primera vez en este evento. Pensemos en el potencial impacto que la presencia del país en la bienal pueda tener sobre el sector artístico panameño, en el que hay tantas necesidades desatendidas y donde todos, sin excepción, tenemos la responsabilidad de actuar: desde el Estado, pasando por la academia, las instituciones culturales y la empresa privada hasta la misma comunidad artística, un compromiso necesario para que proyectos como este sean sostenibles en el tiempo.