Un youtuber y niños entre libros



Como es costumbre durante los primeros días de la Feria Internacional del Libro de Panamá, el Centro de Convenciones Atlapa se llena de niños y adolescentes de distintas escuelas del país. Llegan en autobuses repletos, uniformados y ansiosos. Guiados por valientes educadores, que se dividen las labores casi que de arrearlos como borreguitos saltarines, tratando de protegerlos, contarlos y asegurarse de que al regreso no falte ninguno.

Los pasillos se vuelven un territorio complicado. Los chicos superan a los adultos seguramente 10 a uno, y a diferencia de los mayores que miran con prudencia, a veces a la distancia y preguntan con decoro en los distintos stands, los pequeños son de naturaleza avasalladora, van a cada stand que encuentran, preguntan, miran, tocan y esperan respuestas. Atlapa parece quedarse pequeño ante los jóvenes visitantes, que no hacen más que llegar en nuevos grupos cada cierto tiempo.

Para los que no nacimos con el gen ‘chiquillero’, como dirían en buen panameño, el segundo piso se convierte en un sitio seguro. Hay trabajadores de la feria colocados en las escaleras para asegurarse de que los niños no suban sin supervisión y puedan perderse, mientras que abren paso a los que con mirada de terror intentamos escapar del bullicio.

Arriba, donde se puede respirar y caminar con calma, la mayoría superamos los 30 años. Algunos pocos tenemos acceso a salones para entrevistas donde podemos esperar a los autores con una taza de café y un asiento cómodo, mientras el resto, se beneficia con las múltiples charlas y conversatorios que suceden a la vez en la planta. Pero, es cuestión de tiempo para que la calma desaparezca.

Los primeros golpes en la puerta sobresaltan y casi que de inmediato una figura menuda y con un peinado de copete alzado intenta entrar al salón. Su cuerpo está casi por completo dentro, por su brazo derecho sigue afuera, agarrado por pequeñas manos que intentan tocarlo, saludarlo, quizás conseguir un autógrafo, aunque para mí, aquello era como las últimas páginas de Das Parfum (1985) de Patrick Süskind. Entre sonrisas casi nerviosas y saludos con el puño, el joven logra entrar. Detrás de él, otras 3 personas entran sonriendo. Parecen estar acostumbrados. Afuera todavía se escucha el alboroto de los niños.

La identidad del chico da una explicación de lo que sucede. Un streamer mexicano cuyo alias es Bobicraft, y que solo en YouTube cuenta con unos 7 millones de suscriptores. Llegó a Panamá a presentar su libro infantil para colorear, por lo que es fácil imaginar a su fanaticada, perseguirlo por la feria, sin importarles la seguridad de las escaleras (que poco podrían hacer para atajarlos a todos) y acorralarlo en la puerta del salón. A decir verdad, ¿quién no haría algo como eso por su artista favorito?

Dentro, al verlo más calmado y sintiéndose a salvo, aprovecho para acercarme a conversar. Hasta ese entonces, no sabía quién era o qué hacía, pero, la curiosidad me empujaba. Bobicraft, resultó ser una persona amable, hasta un poco introvertido, quizás. Junto a él, estaban sus padres y la encargada de su editorial. Conversamos mientras esperaban que llegaran agentes de seguridad para poder sacarlo de Atlapa. Contaron sobre que ya habían tenido experiencias parecidas en otros países como Guatemala, por lo que aquello era una anécdota más.

Era su primera visita al istmo y, como a la mayoría de los turistas, el Canal era su destino de referencia. El tema de fama o seguidores de Bobicraft no se tocó, se mostraron como personas sencillas con una plática agradable. Al par de minutos llegaron los refuerzos de seguridad para llevarlos al hotel. Y cuando la puerta se abrió, el clamor de los niños rugió.

Un youtuber y niños entre libros
El youtuber Bobicraft junto a la escritora mexicana Mónica Borda. Roy Espinosa

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