Emociona y cautiva Manuel Orestes Nieto. Nos explica cómo fue cooptado por la poesía cuando era estudiante de historia, de la que sustentó tesis de licenciatura y fue asistente de su profesor, Roberto De La Guardia.
“Mi interés por la literatura lo superaba todo”, admite. La historia es la materia prima de su creación poética tan celebrada: Reconstrucción de los hechos (1972), Diminuto país de gigantes crímenes (1975), Panamá en la memoria de los mares (1984), Este oscuro lugar del planeta (1998), El deslumbrante mar que nos hizo (2013), Borde de mar (2020).
Obras de arte, amalgama de poesía e historia, personalidad y alma nacional. Singularidad en nuestro continente. Virtud y pecado.
“Somos una nación con rostro de muchas naciones, y que ese fenómeno sociocultural se produce en una concentración férrea de muy pocos habitantes”, puntualiza Orestes.
Carmen Mena García, esa sevillana a la que tanto debemos, el mayor panameñólogo no panameño, me respondió a bocajarro: “Para entender América, primero hay que entender Panamá”. Completaba , entonces, 12 publicaciones sobre nuestra historia colonial, en detalle la expedición, con la bendición monárquica y eclesiástica, del general Pedrarias, quien se internó en el asentamiento caribeño de Santa María La Antigua de Darién.
A Orestes lo mueve su patriotismo, la reconstrucción de los hechos de territorio y sus humanos; no chauvinismo. “Escribirle a la patria -nos dice- es de alguna manera edificar una literatura del sentimiento. Ello genera orgullo y gratitud”.
Somos la cintura del continente. Mar por todos lados, a la orilla de los oceános más grandes. Es para alardear. En esta angostura uno puede bañarse en la mañana en el Pacífico y al mediodía en el Atlántico. Ante sus amigos brasileños, he celebrado esa circunstancia. Entre el Atlántico brasileño, por Río de Janeiro, y el Pacífico peruano, esa “angostura” es de casi 5 mil kilómetros.
En esta encrucijada, con esta imponente geografía, que en su fragua transformó la existencia y el clima, nos convence Orestes la poesía está “ayudándonos a vivir”.
Vestido de un compromiso de compartir medio siglo de fragua literaria, de una autorreflexión sobre su oficio de literato, así es el discurso de ingreso de Orestes a la Academia Panameña de la Lengua. La silla de Orestes es la L, que ocupó el poeta Dimas Lidio Pittí, y antes de él, Melchor Lasso y Catalino Arrocha.
Informativo, reflexivo y testimonial, la presentación en La Casona, de Calle 50, tuvo momentos altos de ritmo y musicalidad: “En el borde del mar hacemos nuestro hogar y en las arenas enterramos nuestros muertos. Hemos sido salitre y espuma. Podemos exhibir algo así como un elixir líquido: la maravilla ardiendo de la sangre plural de nuestras muchas sangres”. Naveguemos, pues, con dulzura y furia, redondeó.
Materia prima no ha faltado para poetizar, construir y fluir poesía. La de la reafirmación soberana ha sobresalido, si bien le hemos cantado a todas las facetas del quehacer humano. Panamá, sus acontecimientos, sus ciudades, el proceso formativo de la nación y la vida de la gente, es un océano de exploración literaria que pude asumir como propio, como parte de mis procedencias e identidad, pondera.
“Los panameños -interpreta- somos el caracol y su laberinto sonoro. Panamá es una tierra dulce y de agua salada. Es nuestro alero”.
El autor es filólogo y periodista