Sueña que su padre vive y que conversa con ella. Es un acontecimiento. Un momento extraordinario. Y extravagante porque el progenitor está bajo tierra. Alucinación, realización de un deseo, reparación. Recrear emociones con alguien tan próximo. Estar cerca de él. Es la creación onírica. ¿Y si uno no recuerda nada onírico?
Temor a que el inconsciente de desborde, cual tsunami de recuerdos y emociones. No se quiere relatar el sueño recurrente de un niño ensangrentado, que rememora la muerte, en la temprana infancia, de una hermana.
No siempre uno puede comprender los sueños. Puede tratarse de un aviso de inconsciente, o ¿el no consciente? ¿Es diferente? Se requiere de un mediador, un oniromante, vaya palabreja que debe proceder del latín, como la gran mayoría de nuestro vocabulario castellano. Es un terreno difícil y hasta minado: la exploración psicoanalítica puede ser vivida como una violación de las fronteras.
Tengo en mis manos el libro Psicoanálisis ad infinitum, del doctor y psicólogo Samuel Pinzón Bonilla, editado por la Sociedad Psicoanalítica de México. Portada azul con gradaciones que representan emociones de los terrícolas. ¿Habrá vida en otros planetas y vericuetos mentales? La obra es reciente, de noviembre pasado, salida de imprenta Colina Granjas Esmeralda, de ciudad de México. Letras de las familias tipográficas Sentinel y FS Dillon.
Pinzón (1947) es egresado de la UNAM y promotor y fundador de organizaciones patrias de Psicología y Psicoanálisis y dirigente de las locales y similares en el continente.
Gratitud. Es sentimiento clave. ¿Cuánto es de los maestros y colegas aquello que uno sabe? La composición tipográfica empieza por esa gratitud a Santiago Ramírez, Raquel Radosh y otros maestros; a los compañeros de estudios Mariana Isla De la Maza y otros; al doctor Ramón Mon y otros primeros lectores, así como a los pacientes ‘anónimos’, de quienes no puede saberse sus nombres, y “que fueron inspiración”.
Este Psicoanálisis ad infinitum se organiza en temas cruciales: la via regia al conocimiento al inconsciente, el sujeto trae y porta, el paciente sí que sabe, erosagresiónerosagresión, si la envidia y los celos fueran tiña. Son 250 páginas argumentadas con la práctica clínica y esos pacientes que no lo son tanto más 150 títulos, en el que resalta Freud, para variar, con su teoría de la sexualidad, el Freud consejero (mediador, terapeuta de terapeutas, gurú), los mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad, el análisis terminable e interminable. De Abel-Hirsch, Eros ideas en psicoanálisis y de Altman, los sueños.
Metiéndome en honduras, el análisis del narcisismo es siempre doloroso y no siempre tolerado. Narciso halla feo aquello que no es espejo. Interpretar y analizar los resortes más íntimos y profundos puede llevar a confrontar la desilusión de ser aquello a que se aspira ser.
El gran desafío del psicoanalista es hacer consciente lo inconsciente. Se precisa un clima de libertad para que se produzca “la escucha” (no leer pinchazos) paciente/terapeuta. “El espacio potencial y que procura la salud mental es tender los puentes para reparar el sentido de continuidad existencial que se sufre con los traumas normativos y especiales del diario vivir”, apunta en las primeras páginas, con tipografía Sentinel, Ramón Mon, consagrado maestro y terapeuta.
En ese acto no están solos paciente y terapeuta, sustenta: son múltiples voces, una muchedumbre. Entre terapua y terapia, Ramón, tomemos un geisha boqueteño y me lo amplía.
El autor es docente, periodista y filólogo