La ciudad de Antioquia, o lo que era la ciudad de Antioquia hasta el terremoto que el lunes pasado arrasó una enorme región del sureste de Turquía, está sin electricidad desde el momento del sismo, pero por la noche se siembra de puntos de luz: son fogatas de los vecinos que montan guardia ante los escombros donde saben que yacen sus familiares.
Al principio los movía la esperanza de encontrar a alguien con vida, escuchar voces que pidieran ayuda y estar presentes cuando llegara alguno de los equipos de rescate que se van desplegando por la ciudad, aunque ante las miles de casas derrumbadas, pocos son los afortunados que reciben atención.
Ahora, en la quinta noche después del terremoto, ya solo equipos muy especializados con perros entrenados y geófonos, son capaces de detectar supervivientes.
En muchas ruinas, donde nadie ha escuchado llamadas de socorro, ya se han subido excavadoras a la cumbre de escombros para quitar placas de hormigón y cascotes, lo que pone prácticamente fin a la posibilidad de aguantar en algún hueco, pero permite alcanzar poco a poco los cadáveres.
“Para la gente es importante tener una tumba donde rezar, por eso quieren encontrar los cuerpos de sus seres queridos”, comenta a Efe Onur, un joven oriundo de la ciudad que vive en Ankara y ha acudido a Antioquia al tener noticia del seísmo.
Junto a él y su madre, media docena de vecinos se agrupan alrededor de una fogata que da calor en una noche con temperaturas cercanas a los cero grados.
En una mesa hay agua, zumos, galletas y algunos envases vacíos de sopa caliente instantánea que los equipos de atención de emergencias distribuyen por toda la ciudad.
En algunas avenidas, grupos de voluntarios han montado incluso mesas para repartir bocadillos con verdura y queso a cualquiera que pase, también por doquier se acumulan enormes cantidades de botellines de agua que llegan en camionetas desde Adana.
Más limitada es aún la oferta de tiendas para pasar la noche, explican a Efe Mufrah y Rim, una pareja de refugiados sirios que viven desde hace años en Antioquia.
“Apenas tenemos una manta y tenemos que dormir al raso”, explican, sentados alrededor de otra fogata frente a un edificio derruido, bajo el que se encuentran sus familiares.
Las excavadoras trabajan durante gran parte de la noche, a veces bajo la luz de algún foco alimentado por un generador, y los vecinos quieren estar ahí en el momento en el que encuentren algún cuerpo.
Frente a un montón de escombros donde no hay fogata, dos improvisadas bolsas de cadáveres yacen en el suelo, esperando que llegue alguien para identificarlos.
Onur ya prácticamente no tiene esperanzas, porque el edificio donde vivía su tía no solo se derrumbó sino que además se incendió y pasó ardiendo más de un día, por lo que ni pudieron acercarse los equipos de rescate ni hay casi probabilidad de encontrar un cuerpo identificable.
En un árbol, alguien ha colgado una bolsa que, según Onur, contiene restos de un cuerpo, para dejar abierta la posibilidad de identificarlos mediante una prueba genética, algo prácticamente imposible en las actuales circunstancias, con incluso los hospitales más modernos de la ciudad agrietados e inservibles.
“Me temo que si queremos venir a rezar a alguna tumba, lo tendremos que hacer delante de este edificio”, concluye Onur.