El discurso periodístico es la reformulación de los discursos de otras esferas de la vida cotidiana. Es un discurso con unas reglas establecidas, forjadas en la praxis y en la interacción con otras disciplinas y ámbitos humanos. Y hoy en dinámica evolución con este mundo vertiginoso, complejo y también digital.
Esta premisa es ignorada por actores sociales -de la propaganda, la abogacía, la economía-, que eligen el camino simplista de asignarle al periodismo ser apéndice de otras esferas o de complemento de la publicidad, el mercadeo o las relaciones públicas.
Balzac expresó que, si no se hubiese inventado el periodismo, hubiera sido preferible no crearlo. García Márquez ponderó que es la mejor profesión del mundo, y que su manifestación está ligada con la ética, como el zumbido y el totorrón.
Se reduce el oficio a un salario o a disponer de un título universitario. Se desvía el reflector de la gravedad de un asunto en un planeta tan convulsionado, en muchas de cuyas comunidades, también la nuestra, el crimen organizado, la corrupción y la impunidad galopan a rienda suelta.
El país con más periodistas asesinados es México. Sobre esos crímenes y muchos otros, la investigación es precaria y pocas veces son aprehendidos los responsables.
México encabeza la lista de países más peligrosos para los informadores. La mayoría de las veces, las víctimas murieron en el marco de investigaciones en el terreno de las drogas y las bandas criminales.
No es tan lejana esta realidad para nosotros, en una nación con un récord de demandas a periodistas, como aquellas que están en los tribunales. Debe revertirse esa tendencia, que asesta otro golpe a un oficio, un mal necesario en nuestras sociedades, y que ha podido sobrevivir, no obstante el vapuleo permanente desde distintos ángulos.
No son complicadas las reglas de este oficio tan incomprendido: la primera obligación es con la verdad; la lealtad es con la ciudadanía; independencia con respecto a las fuentes informativas; vigilancia del poder; es foro público para la crítica y el comentario; el significante (la presentación) es atractivo, y una dimensión moral, a través de la cual han llegado en su mayoría a la profesión quienes la ejercen.
Aquello que está fuera de este repertorio no es periodismo. Puede ser hasta bribonada.
Una distinción pertinente consiste en la responsabilidad sobre informaciones relacionadas con figuras públicas o personas que no lo sean. Cuando se trata de la reputación de las segundas, el derecho a la libre expresión e información no puede ser ejercido en detrimento de la integridad moral y el derecho al honor.
En el caso de las figuras públicas, cambia esa relación. Nuestra Corte Suprema y el sistema interamericano han dictado jurisprudencia en ese sentido.
La doctrina de la real malicia ampara a la prensa ante acusaciones por agravios, difamación, calumnia, falsedad o inexactitud de una información referida a funcionarios o figuras públicas, u otras personas involucradas en asuntos de interés público.
Quienes resulten afectados o se consideren víctimas deberán demostrar que de antemano se conocía la falsedad o que hubo despreocupación notoria con el objetivo de calumniar o difamar: una intención manifiesta de dañar.
El autor es docente, periodista y filólogo